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Las Luces del Balcon

la víspera de Iom Ha’atzmaut

"Las Luces del Balcón"

Una historia de memoria, transmisión generacional y la dignidad de quienes fundaron el Estado de Israel con cicatrices en el alma.

Yerushalayim, la víspera de Iom Ha’atzmaut, 30 de abril de 2025.

El edificio tenía más de 70 años. Las paredes del mármol jaspeado se habían agrietado con el tiempo, pero el balcón del tercer piso seguía inalterable: siempre adornado con banderas de Israel los días previos al Día de la Independencia.

Los vecinos sabían que ese balcón pertenecía a Shoshana Goldstein, conocida como “Savtá Shoshi”. Nadie en la cuadra osaba colgar sus banderas antes que ella. Era una especie de ceremonia barrial no escrita: cuando las sábanas azules y blancas de Savtá flameaban, era señal de que Iom Ha’atzmaut estaba por comenzar.

Este año, sin embargo, la barandilla estaba vacía. Era la mañana del 30 de abril, y la gente empezaba a murmurar.

—¿Habrá olvidado?

—¿Se sentirá bien?

—Es la primera vez en décadas...

Dentro del departamento, Shoshana miraba por la ventana, con los banderines aún en la mesa del comedor. Estaban doblados, como cada año, con exactitud casi militar. Pero sus manos no respondían igual. Le temblaban. Los dedos ya no eran firmes. Y su respiración se entrecortaba al menor esfuerzo.

Savtá, ¿quieres que te ayudemos? —preguntó su nieto Ido, de 16 años. Él y su hermana pequeña, Lia, habían venido especialmente desde Modiín para pasar la fecha con ella.

—No, no hace falta. Ya lo haré —respondió, sin moverse.

Pero no lo hizo.

Ido, sin insistir, tomó una silla, subió al balcón y comenzó a colgar los banderines, uno por uno. Cuando colgó el sexto, se detuvo.

Savtá, ¿por qué siempre pones siete? No ocho. No cinco. Siempre siete.

Shoshana miró el vacío, como buscando algo en el aire. Luego caminó lentamente hasta el balcón y se sentó.

—¿Ves esas colinas, allá? —señaló hacia el horizonte, donde apenas se distinguían las montañas de Judea—. Cuando tenía tu edad, vine caminando desde Europa, con las suelas gastadas y el alma en ruinas. Éramos siete hermanos. Yo era la menor. Todos llegamos. Todos menos uno… luego otro… luego todos… Uno por uno, la vida y la guerra me los fueron quitando.

Suspiró.

—Solo quedé yo. Pero en cada bandera hay uno de ellos. Cada año, los traigo de vuelta un rato. Para que vean que su sacrificio valió la pena.

Ido bajó sin decir palabra. Con una reverencia invisible, colgó la séptima bandera. Lia se acercó y puso una piedra blanca sobre el alféizar, como si fuera un pequeño homenaje.

Al anochecer, comenzaron los fuegos artificiales. Shoshana se llevó instintivamente las manos a los oídos. A pesar de los años, los estallidos aún le recordaban el bombardeo en Budapest, el sonido de los trenes, la pesadilla de la infancia.

Pero esta vez, una mano pequeña tomó la suya. Era Lia.

Savtá, estás en casa —susurró.

Shoshana bajó lentamente las manos. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Por primera vez en muchos años, no eran solo de nostalgia.

Eran de paz.

Y mientras los fuegos iluminaban el cielo de Yerushalayim, las siete banderas del balcón de Savtá Shoshi flameaban con más fuerza que nunca.


Las Luces del Balcon
Beit Toldot_Brasil 29 de abril de 2025
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